
Hoy toca miedo. Os dejamos con dos cuentos descentrados de nuestra autora más terrorífica.
LA VOZ DE LOS MUERTOS
Mi abuela Isabel falleció la madrugada del 31 de octubre, sí, la noche de los muertos.
Murió de vieja. Yo aún era un crío, pero mi madre me hizo pasar a despedirme de ella. Era la primera vez que veía la muerte tan de cerca y tenía miedo; entré despacio en la habitación, sin perder de vista el cuerpo sin vida de mi abuela que yacía inmóvil sobre su cama.
Mi madre me acompañaba cogiéndome de la mano que no dejaba de temblar.
Mis ojos se llenaron de lágrimas pensando que nunca más volvería a verla. Fue entonces cuando escuché aquella extraña voz que parecía venir de muy lejos y susurraba:
––No llores…, es un año…, solo un año ––la frase se repetía como un bucle––. No llores…, un año…, solo es un año…, no llores…, solo es un año…, no llores…
––¿Has oído eso mamá? ¿Quién ha hablado? ¡Ha tenido que ser la abuela, mamá! ––sollocé desencajado y apenas sin aliento.
––No digas tonterías, yo no he oído nada. Salgamos de aquí, estás muy afectado.
Mi madre me convenció de que todo había sido fruto de mi imaginación, que los nervios y el miedo me habían jugado una mala pasada. Cuando me levanté al día siguiente también yo mismo estaba seguro de que todo había sido un mal sueño: los muertos no hablan, eso estaba claro.
Pasó el tiempo. Aquella frase y aquella voz cayeron en el olvido. No volví a pensar en ello.
Hacía ya un año que mi abuela había muerto. Esa noche era la gran fiesta de Halloween en el instituto, tenía mi disfraz de zombi preparado desde hacía días. Estaba emocionado, Cloe había accedido a acompañarme, iba a salir con la chica más guapa de clase, estaba ansioso por verla vestida de bruja gótica.
Justo a medianoche comenzaban los fuegos artificiales. El cielo se iluminó de repente, el espectáculo era impresionante.
Nadie se explica cómo pudo pasar, pero una bengala alcanzó los harapos de mi traje de muerto viviente, que ardió en pocos segundos. Intentaron apagar el fuego que me estaba consumiendo, pero fue inútil, no pudieron hacer nada por mí. Fallecía en la unidad de quemados del hospital unas horas después.
Cuando mis ojos se cerraron para siempre a la vida vi claramente la imagen de mi abuela que sonriendo me susurraba:
––Te lo dije, cariño…, ahora estaremos juntos para siempre.
Mi madre lloraba a los pies de la cama del hospital cuando me escuchó decir:
––¿Lo ves mamá?, los muertos sí hablamos.

NO CORRAS
No sé por qué corría por aquella calle desierta en plena noche y en pijama.
Tenía la extraña sensación de que mi cuerpo se desmaterializaba sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.
Pronto comprobé que se trataba de algo más que una sensación. Instintivamente había cogido el móvil y las llaves al salir de casa, tampoco recordaba haberlo hecho.
Las cambié a mi mano izquierda en un intento desesperado de sacarme una foto con el teléfono que me convenciera de que seguía entero, eso me tranquilizaría. No lo conseguí.
Las llaves cayeron al suelo rompiendo con su sonido el silencio de la noche.
Aun así hice aquella maldita foto, en la pantalla no había ni rastro de mi mano izquierda y mi brazo no era más que una colección de píxeles borrosos.
Despavorido me dirigí a casa. Entré en el ascensor con complejo de vampiro: ya no conseguí ver mi imagen reflejada en el espejo.
Atravesé la puerta temblando y preso de un ataque de pánico. No podía respirar.
En el salón, convertido en un improvisado tanatorio, mi familia y amigos velaban mi cadáver.
La muerte me sorprendió mientras dormía.
Traté de huir. No llegué muy lejos.

Los dos textos pertenecen al libro “Fundido en negro” de Teresa Oteo. Si no os han gustado las reclamaciones a la autora, pero si os han encantado y queréis un ejemplar, poneos en contacto con ella en teresaoteo@descentrados.es.
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