¡Feliz año, queridos seguidores descentrados!
¿Que qué nos trae aquí hoy aparte de felicitaros el año, como no podía ser de otra manera? La respuesta es muy sencilla, comenzar este 2020 con una buena lectura que, en esta ocasión, nos regala Victoria Embid, autora del mucho más que recomendable poemario Remendando alas.
HACEDME SITIO
Llegó el gran día. Debo confesar que estamos algo nerviosos. Mamá corre de un lado a otro en su afán porque todo sea perfecto. Por muchos años que pasen ella sigue creyendo que esto será posible sin darse cuenta de que en lo inesperado está la magia.
Por la mañana nos ha acariciado con sus manos de pluma, como hace cada día, mientras papá iba a comprar las cosas que necesita para la cena, que esta tarde preparará en su habitual ritual alquímico, capaz de transformar cualquier alimento en una fiesta para los sentidos.
Nosotros estamos como más nos gusta, pegados unos a otros como si fuéramos uno, pero sabiendo que todos ocupamos un lugar único en el corazón de esta casa.
Reconozco que, desde hace un rato, hemos empezado a ponernos nerviosos porque mamá ha encendido ya las luces del árbol, señal inequívoca de que los nuestros están a punto de llegar.
Expectantes porque hemos escuchado, aunque hablaban bajito por teléfono, que quizás Mario traiga esta noche un nuevo miembro a la familia, aunque quizás solo escuchamos lo que queríamos oír. A veces el deseo hace de las suyas y la imaginación se pone a trabajar inventando realidades.
Que regrese Mario por Navidad es siempre motivo de fiesta. Nadie nos acaricia como él, con tanta ternura. Siempre nos recuerda las aventuras que vivimos juntos y las emociones compartidas que, según sus palabras, nos hacen en gran parte responsables de que él sea quien es. Saber que tan pequeños podemos ser grandes en el alma de alguien es otro de los regalos que nos trae cada año la Navidad.
Suena el timbre. Nos encantaría salir a recibirles pero decidimos quedarnos quietecitos alargando el encuentro deseado. Y ahí están, Mario con esa sonrisa interminable como sus piernas y Ana, la más pequeña de la familia, aunque ya ha cumplido los treinta.
Tras el ritual de abrazos y besos, Mario nos mira de reojo mientras se acerca despacio, como si no quisiera hacer ruido para no romper la magia del momento. Mi corazón se sale del pecho. Me mira mientras me acaricia susurrando mi nombre. Sonríe, siempre sonríe en nuestro reencuentro de Nochebuena, mientras nos habla sin palabras como solo él sabe hacer.
Desde esta esquina no puedo ver con claridad todo el espacio pero Mario, como si pudiera escuchar mis pensamientos una vez más, se acerca a la entrada. Regresa con algo entre sus brazos. Me asomo tanto que casi me caigo. ¡Ahí están, y no es uno sino tres! Los coloca bajo el árbol, en ese lugar privilegiado que siempre nos otorga cuando llegamos a esta casa.
Todos estamos contentos, deseosos de que tras la cena, nos descubran sus caras y pronuncien sus nombres. A mi lado, «Eva Luna» y «Demian» fantasean con que uno se quede junto a ellos, aunque sabemos que pasará un tiempo hasta que esto suceda, porque los primeros días se los llevan a todas partes, incluso duermen con ellos en su habitación.
Con la emoción olvidé presentarme, soy «La mujer habitada», de Gioconda Belli. Aunque formamos parte de esta familia ninguno nacimos aquí. Llegamos un día como regalos, desde el amor de nuestros padres que nos dieron forma para llenar la vida de otros, como la de Mario, empeñado cada año en que los suyos disfruten como él de nuestra magia.
Y aquí seguimos juntos, pegaditos unos a otros como más nos gusta. Ocupando un espacio único en el corazón y las estanterías de esta casa, dispuestos a despertar memorias y paisajes en el alma de los que nos leen.

Esperamos que os haya gustado y nos leemos pronto.
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